
El pasado jueves, llevando a mi hijo mayor al colegio tuvimos una conversación improvisada que me hizo conectar con ideas que a menudo parecen confundirse o cuya proyección no siempre tenemos clara. Explicar algo a un niño es una ocasión muy aprovechable para no irse por las ramas y simplificar. Y ya sabemos… en la sencillez muchas veces reside una enorme potencia.
Ibamos al colegio envueltos en la agitación habitual: mis hijo mayor no quiere jamás irse a la cama o dormir. El proceso para acostarle y lograr que se duerma ha sido desde siempre una lucha. Parece que tiene tanto que absorber del mundo que no puede dejar que el día se acabe.
Acostarse tarde conlleva despertarse con sueño y malhumor. Y esa es una de mis luchas actuales como madre.
Siendo ya jueves, este sueño acumulado hace que todo el proceso de arreglarnos y salir por la mañana sea muy costoso. Enfados porque la ropa le molesta, enfados porque no le damos tiempo para desayunar, enfados porque no quiere desayunar el pan que le hemos tostado, enfados porque no quiere llevar determinado abrigo… Una tortura para sus agotados padres (que para nosotros también la semana avanza).
Llegando al colegio, su padre había perdido los nervios. Y también es algo habitual: se quejaba, con razón, de que por culpa de esta dinámica él tiene que ir agitado al trabajo. Se quejaba de tener que empezar la jornada con esta dosis de estrés. Mi marido, además, lleva muy mal el estrés laboral, además de que es hipertenso y tiene tendencia a acumular mucha ansiedad sin darle salida, lo que a mí siempre me tiene preocupada porque sufro pensando en su salud.
Todo esto se lo trataba de explicar a mi hijo llevándole a su clase. Y una vez empezamos juntos el camino, dejando a su padre con el pequeño hacia otra de las puertas del cole, caí en la cuenta de que no estaba entendiendo nada de nuestro discurso:
“Ya sé que si papá se pone enfermo será mi culpa por portarme mal”.
¡¡¡¡Upsss!!!! Alerta roja. No es esa la idea y, desde luego, al ver la culpa asomar en esa pequeña cabecita, me alarmé y traté de reconducir la situación y la explicación, que estaba claro que había sido bastante confusa.
“A ver, Rodrigo, no se trata de que la salud de papá sea culpa de nadie. Nosotros somos mayores y somos responsables de nuestra salud. Tú eres pequeño y no puedes ser el responsable de cómo estén papá o mamá. La culpa es algo, además, que no sirve para mucho: es un sentimiento negativo que, ademas, suele aparecer para sustituir a otra cosa o para hacernos sentir mal cuando creemos que hemos fallado en algo. ¿Y sabes qué es esa otra cosa, que sí es positivo y es útil? La RESPONSABILIDAD.
Vosotros, como niños, no podéis ser responsables de nuestra salud y de que estemos bien o mal. Pero según vuestra edad, sí podéis ser responsables en cómo podéis ayudar para que todos estemos lo mejor posible. Vuestra responsabilidad en la familia para contribuir a estar todos un poquito mejor es algo que tiene que estar hecho a vuestra medida. De eso sí os podéis ocupar: de tratar de vestirte sin protestar, de si tienes sueño por las mañanas hacer caso a mamá cuando dice que hay que acostarse… Esa responsabilidad no es igual para ti, que tienes ocho años, que para Jorge que tiene cinco, o para tu hermano mayor que tiene 22, ¿verdad?
Pero la responsabilidad es la parte positiva que nos ayuda a ocuparnos de mejorar las cosas hasta donde podemos.
La culpa, sin embargo, suele ser una sensación negativa, que no resuelve nada porque cuando ocurre, ya no hay nada que hacer. Además la culpa a veces la recibimos de otros o la volcamos hacia otros… Muchas veces, para esconder o tapar que no nos hemos ocupado de la parte en la que podíamos ser responsables.
Por ejemplo, si un alumno no estudia lo suficiente y suspende, puede decir que ese suspenso es culpa del profesor porque le tiene manía o puso preguntas difíciles en el examen. ¿Eso es así? Quizás culpa al profesor para tapar que realmente podía haber estudiado un poco más. Pero, incluso, si se culpa a sí mismo… ¿Sirve de algo? Está de algún modo castigándose con esa sensación desagradable de la culpa por no haber sido responsable. ¿Sirve de algo? Yo creo que no. Creo que es mejor enfocarse en las soluciones y la solución será tratar de ser responsable con su parte de la tarea la próxima vez.
La responsabilidad se puede trabajar y puedes hacer que crezca, siendo positivo que según maduras tengas más áreas en las que aportar. La culpa si se hace grande solo consigue que, quizás, tu idea de lo que haces bien o mal no sea real porque lo negativo está robando espacio a lo positivo. Y al final lo que queremos es sentirnos bien y avanzar, ¿verdad?
No sé si conseguí que entendiese del todo mi discurso. Pero nos vino bien poner en palabras ideas como estas: responsabilidad, culpa… poner etiquetas a emociones con las que tenemos que convivir, y no tener miedo ni pudor a acercarnos a ellas para trabajarlas y enfocarlas.
Y vosotras, ¿tenéis relación con estos conceptos o habéis crecido difrenciándolos? ¿Y ahora, de adultas, cómo os desenvolvéis con ellas? ¿Hay más culpa de la que creeis en vuestras emociones? ¿Dejáis que la culpa dirija vuestras reacciones o percepciones? ¿Tenéis el “ojo” entrenado para detectarla cuando quiere ocupar el espacio de la responsabilidad?
Espero que dialogar con vuestras emociones os ayude, porque no dejamos de aprender y eso es lo mágico de la vida. Un abrazo fuerte