
En mis primeros años de formación en yoga, el hecho de participar en un retiro me parecía algo completamente fuera de mi campo de interés. Lo veía innecesario. ¿Que voy a irme con desconocidos a “meterme” en una casa a convivir y recitar mantras? Pensaba claramente que no era para mí. De hecho, para mi primera formación elegí, específicamente, un plan de formación en el que no hubiese necesidad de hacer ningún retiro (algunos planes de formación lo incluían de manera obligatoria).
Unos años después la posibilidad de hacer un retiro como parte de mi formación empezó sonarme mucho más apetecible pero totalmente fuera de mis posibilidades personales: tenía un bebé de un año que aún tomaba teta y no quería separarme de él ni de su hermano mayor. Observaba a mis compañeras sin este impedimento y sabía que yo aún tardaría en poder vivir la experiencia.
Con el estallido de la pandemia muchas de las actividades que hasta la fecha se desarrollaban exclusivamente presencial, pasaron a tener una oportunidad virtual. Parece que todos digimos: “O es así, o no será”… Y fuimos experimentando formaciones, encuentros, sesiones de terapia, reuniones, etc. Nos quitamos algo de prevención sobre lo que la distancia podía restar a la experiencia, y surgió el enriquecimiento de tener a mano muchas más posibilidades.
Con los retiros ocurrió esto: quienes los organizaban dieron el paso a mantener las citas pero en formato online. No era lo ideal, no era la idea inicial pero… La verdad es que funcionaron. Meditar funcionaba. Meditar en grupo funcionaba. Tener una ‘shanga’ donde compartir inquietudes, aprendizaje y experiencias, funcionaba (fuese cual fuese el formato).
Para mí, esta apertura al escenario online me dio la posibilidad de probar a participar en un retiro sin tener que gestionar la logística que me supondría dejar a mi familia y mi negocio durante 5 días.
Participé en el primero el mes de enero de 2021. No sabía qué me iba a encontrar y gestioné la logística como mejor pude: delegué todas mis clases de esos días, organicé la agenda de mi pareja e hijos para que conociesen mi horario de sesiones y respestasen mi nivel bajo de actividad el resto del día, y avisé a mi entorno más cercano para desprenderme de móvil y actividad social.
FUNCIONÓ.
Realmente experimenté un cambio estos 5 días. Muchas de mis actividades cesaron. Muchas de mis exigencias, no estaban. Tampoco estaba la preocupación de haberme alejado del todo de mis peques. Siento aún la necesidad de estar presente en sus vidas a diario y todavía me cuesta irme de casa. Sé que si me hubiese ido, habría tenido la cabeza más fuera que dentro de la experiencia. Aquí les oía jugar al otro lado de la puerta. Me daban besos y abrazos cuando salía de mi cuarto, y podía compartir con ellos el desayuno y la cena y abrazarles para que se quedasen dormidos.
Mientras, el soltar todo lo que QUERÍA SOLTAR iba dándome una sensación de calma muy diferente a cualquiera que hubiese experimentado antes. Pude notar la presencia de mis maestras, Patricia y Ana Arrabé, y de mis compañeros. Con algunos volví a coinidir más adelante en mi segundo retiro (en agosto) y pude reconocerles y sentirme acompañada.
Mi segundo retiro, sin embargo, me costó mucho más.
Fueron resistencias internas.
Esta vez la cita parecía mucho más fácil (¡Ay, con las expectativas y percepciones!)…. Tenía lugar la última semana de agosto. Pensé: “¡Maravilloso! Como estoy de vacaciones, no tengo que organizar casi nada… Ni suplencias en mis clases, ni organización de los grupos, ni atender mensajes de alumnos…”
Y, sin embargo, me encontré con un obstáculo que acompaña a muchos momentos en los que decides sentarte en el cojín: mi propia mente. Me sentía culpable. Eran días únicos que iba a renunciar a estar con mi familia para estar CONMIGO. Y cuesta. Sea la responsabilidad que sea, cuesta soltarla. Y me reconocí estando en el retiro pero con la mente puesta en lo que ocurría fuera. Y la sensación de deuda con mis hijos para ‘devolverles’ el tiempo que les quitaba estando en mi cojín. Mi mente estuvo inquieta, mis sensaciones fueron muy incómodas. Y gracias a todo mi retiro fue TREMENDAMENTE IMPERFECTO y, por esta razón, TREMENDAMENTE FRUCTÍFERO.
Y es que así es la experiencia meditativa: una cita contigo, con tus emociones, con tus distracciones, con tus lastres, con tus creencias, con tus servidumbres…
Por todo esto entiendo que a mí los retiros online SÍ ME SIRVEN.
No son experiencias relajantes ni etéreas.
No los vivo como un reposo sanador sino como una tarea de mucho esfuerzo y situaciones difíciles.
Para mí suman. Y quiero seguir experimentándolos.
Ahora bien… Estas experiencias también me han hecho descubrir otra cosa: ESTOY PREPARADA PARA REALIZAR UN RETIRO PRESENCIAL. Casi casi, aún no del todo. Pero empieza resonar una idea en mi cabeza que va cobrando peso: “me merezco participar en un retiro presencial”.
Y solo decirme esto ya hace que pueda irme librando de la culpa o la sensación de que “no puedo dejar mis responsabilidades y ser egoísta”. Creo que cuidar de mi práctica 5 días al año, puede ser algo equilibrado y mi familia podrá aprender de la experiencia.
Cuando dé el paso, serás la primera (o el primero) en saberlo.
Un abrazo
Marta.-